Me encanta el arte y este verano he estado en París, donde se dan cita algunos de los primeros museos del mundo.
El más prestigioso, el Louvre, fue fortaleza medieval, palacio de los reyes y desde hace dos siglos, museo. Su enorme colección abarca miles de años y alberga antigüedades egipcias, orientales, griegas, etruscas y romanas, entre obras legendarias, como la Mona Lisa, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo. El gigantesco edificio del Louvre fue modernizado en los ochenta por Ieoh Ming Pei, quien proyectó una nueva entrada que durante años dio motivo de discusión a los parisinos: la pirámide de cristal que se levanta en el patio Napoléon.
El Museo de Orsay, situado frente al Louvre, había sido una estación de tren inaugurada con motivo de la Exposición Universal de 1900, que más tarde fue abandonada y estuvo a punto de ser destruida. Las manifestaciones de protesta lograron que se transformara en museo y la arquitecta italiana Gae Aulenti se encargó de la tarea. Inaugurado en 1986, el impresionante edificio de cristal y hierro muestra los cuadros impresionistas más famosos, así como otras obras de arte de la última mitad del siglo XIX y principios del XX.
El Museo Rodin funciona en pleno centro de París, en una elegante mansión rococó donde el escultor residió hasta su muerte, a cambio de donar al Estado algunas de sus obras. En sus jardines se puede admirar la inquietante estatua de bronce El pensador y colecciones personales del artista.
Dedicado al arte moderno, el Museo Beaubourg, en el Centro Georges Pompidou, es un paralelepípedo de cinco pisos de acero y vidrio que recuerda un mecano. Fue construido en los años setenta invirtiendo los cánones tradicionales, para asombro de arquitectos y visitantes, con la intención de erigir una fábrica de cultura.
La lista de los museos parisinos es inabarcable: desde el Museo Cluny, también conocido como Museo Nacional de la Edad Media, hasta el Carnavalet, el de Artes Decorativas, el Marmottan Monet, el Grévìn, el de Historia Natural, l’Orangerie y el Picasso.
Además me gusta destacar que la colina de Montmartre, con sus calles empedradas y el encanto de un pueblo pequeño, fue y sigue siendo espacio de artistas como Toulouse-Lautrec. Este barrio está dominado por la basílica del Sacré-Coeur. Construida en 1876 en una curiosa mezcla de estilos románico y bizantino, como expiación por los miles de muertos en la guerra franco-prusiana de 1870 y los violentos sucesos de la Comuna, la imponente basílica ofrece desde su escalinata una impresionante vista de la ciudad, fuente de inspiración de muchos artistas.